





La Castorera / Buenos Aires / Argentina
Se llega a La Castorera con esas ansias de ver un show que prometió ser diferente. “Si llevas una remera te la estampamos gratis. Fermin Kolor y feria de discos. Videoexpiriens. Teatro aéreo…”. Un flyer con promesas de una noche diferente, a mano de los Suspensivos Inflamables.
La espera se hace en vasos de cerveza y dos, tres, quien dice diez cigarros. Se abren las puertas, y se entra a lo que, Soda Stereo llamaría la “Zona de promesas”. Un escenario grande, con Superexelent arriba, que anuncia ser el piso de una banda que no sólo se haya sobre el escenario, sino entre el público también.
Ya desde un comienzo la promesa se cumple, se corren las cortinas del escenario de Córdoba al seis mil, y uno ya sabe que lo que está a punto de vivir va a ser diferente a lo que alguna vez haya vivido, o incluso, tal vez algún día vivirá. Silencio, aplausos y gritos reciben ese estilo de música poco transitado, ese sonido rara vez encontrado, ícono de los Suspensivos.
La banda convierte su música en el impulso de dos hombres que literalmente cayeron del cielo, y una especie de mujer-boxeadora-bufón-energizante que despierta al público para que de espectador se convierta en el séptimo integrante de la banda. Se baila, se salta, se es parte. La música lidera los movimientos y la pantalla da qué pensar. Letras que parecen no entenderse, se revelan como oficialmente inentendibles. Dan la bienvenida a un universo del cual uno no es parte, pero donde a su vez, uno se siente parte. Estribillos, si es posible catalogarlos así, se repiten como si dijeran una verdad que debería ser repetida, repetida y repetida. Se grita y se apoya el “hoy no voy a ir a trabajar”, con un furor que quiere más que convertirlo en lema. O ley, mejor. El público se pierde y se encuentra, se pierde y se encuentra otra vez. Y una vez más. Se libera, vibra. El espacio entre personas habilita el baile desenfrenado de muchos, aquellos para los que la música ya era el aire de sus pulmones. Ese espacio es razón a su vez de una estricta “capacidad limitada” que deja afuera a los que pasaron por alto el “Puntual!!! Puntual!!!”. Tanto el tiempo como 160 personas le ganaron de mano a muchos.
Termina el show, e incluso sin máquina de humo, se siente aquel aire inflamable. La banda no tarda en ser uno más en la fiesta, mostrando una vez más, que el público es tan parte de la banda, como la banda del público. La fiesta no empieza, sino que sigue. Pero ahora está en manos de Dj. Yiang Pain, quien junto a remixes de los Doors y The Cure, entre otros, continúa estimulando esas primeras 160 personas que dejaron entrar. Se baila, se toma, se aprovecha el motivo para festejar. Y entre todo esto y aquello, se imprimen remeras (otra promesa más que cumplida) que más que un recuerdo se llevan porque se comparte el mensaje y a su vez porque el diseño tiene un algo poco explicable que hace que hasta el que no conoce a la banda quiera llevarse su remera. O campera, o jean.
Y así casi sin quererlo, la madrugada invitó a irnos, dejándonos con la única opción de esperar al 21 de julio. Donde se esperan (y aseguran) más promesas por cumplir.
Por Chucky Schneider.-
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La puta que hace frío. No importa. La noche es prometedora, vale la pena. Nos abrigamos bien y partimos. Córdoba casi Newbery. La Castorera se abre paso entre una docena de escalones. Una pintoresca casa convertida en uno de “esos” lugares que no sabemos con certeza cómo definir, pero sin embargo nos acoge con una calidez extraordinaria. (fuera de joda) Vulgarmente diría, “está bueno el lugarcito éste, eh!”. Desconocidos y conocidos a la vez. Cerveza, pochocho salado, sed y hasta birra con hielo. Muy Bizarro, pero nadie le presta demasiada atención. La gente sigue llegando y cada uno que entra, deja a otro afuera. Entrada literalmente codiciada para los que no dieron bola a la insistencia de “puntualidad” durante la última semana. Insistencia. Insistencia. Jodida insistencia! Pero, tenían razón! Comienza el show. Los que no somos oídos habituales de suspensivos, esperamos algo que creemos conocer, que hemos escuchado poco… pero… esperamos algo prometido. Muy prometido. Demasiado prometido. Conocemos un poco de su magia negra, que nos atrapa y nos dejamos atrapar. Suenan bien, como diría alguien que no diferencia entre un bajo y una guitarra, aunque no hay que ser experta para decir que estos locos tienen onda. Se hacen fama alegando su pase por el BUE, pero no les hace falta. Más será la fama de boca en boca que dejarán ésta noche entre los espectadores. Los que entramos, claro. Mala leche para los que no.
Superexelent, unos tandilenses bien porteños, dan la primer nota e inauguran la noche. ¿Teloneros?, ¿compañeros de escenario? Depende de cuanto te hayan gustado, o como los quieras justificar. Sî, le ponen onda. Pero la onda ya se encuentra en el aire, suspendiéndose entre nosotros. Y ahí están ellos. Una mezcla de sonido y color invade nuestros sentidos. Esa maldita música pegajosa mueve nuestros pies, como endiablados. Es imposible evitarla. Pero, si está buena, no hay de que resistirse! Un baterista desquiciado saca la lengua sin saberlo, un saxofonosita se embriaga sin perder la nota y un flaco sonríe con su remera italiana desde el fondo, son algunos de los suspensivos. Pronto la música copa el lugar. Uno se deja pintar por las mujeres del salón mientras que una novia se suspende en el aire, danzando hechizada, una loca linda con cara de maniática, captando nuestra curiosidad, nos acercamos a ella… pero pronto desciende y se calza los guantes de boxeadora. No te da tregua, corre por el salón. Te golpea. ¿Quién no hubiera deseado devolverle el “amistoso” golpe? Perdón, es mi instinto de supervivencia. Pero no hay tiempo para nada, los suspensivos siguen tocando y a ellos es a quienes vinimos a ver. “Cabeza de paloma” se entona entre la gente. No hace falta saber la letra, es fácil seguirles el ritmo. Ellos se dejan seguir, mientras una gran cabeza se tambalea en la pantalla.
No nos olvidemos de “las chicas que te estampan la remera”. Buena onda las dos minitas que con la mejor sonrisa reciben casi 200 remeras y hacen un trabajo buenisimo, totalmente manual. Vacas, cassettes y botones se dejan pintar sobre remeras, remeras y más remeras. Nadie quiere irse a casa sin una parte suspensiva. Que paciencia. (Igual, a mi me faltó la vaca…chivo) Pero éstas dos chicas, son más que un par de estampados: www.lluviadefrutas.com (sigo sin mi remera de la vaca, chivo de nuevo.)
La noche se va acabando y ellos, siguen tocando con la misma energía que una hora atrás. Se despiden y prometen otro zarpado show el 21 de julio. Suspensivos: aquí queda el compromiso expuesto! Dj. Yiang Pain da el cierre final. ¿O el inicio de la noche? Entre remixes, cervezas y cigarros, el público se deja llevar….las agujas del reloj se desvanecen… está todo bien! Más que bien!
Por Cande Pedreira
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